Defensora y embajadora de los chimpancés.
Los últimos 100.000 chimpancés del planeta están en deuda con la afamada etóloga británica. Con tan sólo 26 años, fue elegida por el paleoantropólogo Louis Leakey para estudiar a estos animales en su intimidad. Goodall aterrizó en Tanzania, sin sospechar que dedicaría más de 40 años a esos grandes simios objeto de su investigación. Junto a Diane Fossey y Virute Galdikas formó el histórico trío de primatólogas que entregó su vida a los monos. Gracias a su amor por ellos, conocemos comportamientos insospechados y sabemos que adoptan pautas similares a las de los humanos. Premio Príncipe de Asturias por su defensa de estos primates, fundó el Jane Goodall Institute, con sede en varios países, donde reciben cuidados los chimpancés huérfanos, cuyas madres han sido asesinadas por intereses económicos.
Nadie sabe tanto sobre los chimpancés como la zoóloga británica Jane Goodall, que ha pasado cerca de cuatro décadas indagando sobre su vida en el corazón de África. En Tanzania, adonde llegó con 26 años, esta reputada etóloga fue ganándose la confianza de los simios hasta llegar a ser aceptada como uno de ellos, lo que le dio la oportunidad de adentrarse en su mundo y presenciar comportamientos insospechados de estos animales.
Descubrió en su convivencia que los chimpancés, parientes cercanos del hombre, utilizan plantas medicinales, adoptan a crías cuyas madres han muerto, que los machos establecen alianzas políticas para hacerse con el poder dentro del grupo o que son capaces de fabricar herramientas con hojas de los árboles para comer termitas.
Goodall, apodada Lady Chimpancé, ha dedicado su vida a observar a estos animales, a aprender de ellos y a protegerlos. Para ello fundó el Jane Goodall Institute, con sede en Inglaterra, donde reciben cuidados los chimpancés huérfanos, cuyas madres han sido asesinadas para utilizar su carne como alimento o capturadas para venderlas. El mayor de ellos está situado en el Congo, y también hay abierto otros dos en Uganda y Kenia.
Su trabajo comenzó a finales de los años cincuenta, cuando el paleoantropólogo Louis S. B. Leakey la eligió, junto a otras primatólogas de prestigio como Diane Fossey y Birute Galdikas, para estudiar la vida privada de los chimpancés.
Llegó con 26 años a Tanzania pensando que su tarea no le llevaría más que unos meses. Tres décadas más tarde aún seguía allí. Se dio cuenta de que los chimpancés estaban desapareciendo y que no podía quedarse con los brazos cruzados. En África dicen que estos simios son almas misteriosas ocultas bajo las pieles de animales. Y Goodall quedó atrapada en su espíritu, fascinada por su mundo, tan parecido al humano. Tenemos similitudes anatómicas, de distribución del cerebro, del sistema nervioso y comportamientos similares. Incluso nuestra actitud resulta, en ocasiones, más salvajes. De hecho, esta científica si ha de elegir, no siente ningún pudor en afirmar que "prefiere algunos chimpancés a algunos humanos".
A raíz de su trabajo en Tanzania, Jane Goodall se ha convertido en embajadora mundial de los chimpancés. Viaja incansablemente para trasladar su mensaje al mundo. Desde las páginas de sus libros y documentales, desde la tribuna de universidades y colegios de Estados Unidos y Europa, donde imparte regularmente conferencias, hace llamamientos para salvar a estos animales, en grave peligro de extinción: "Sólo si los comprendemos podremos cuidarlos. Sólo si los cuidamos podremos ayudarlos. Sólo si los ayudamos se salvarán".
La fortaleza y tenacidad que Jane Goodall oculta detrás de su aspecto de adorable ancianita con su inseparable mono de peluche, es, probablemente, una de las razones por las que todavía existen grandes simios en el mundo.
Su trabajo es un motivo para la esperanza, y sus palabras son inspiradoras. El martes la escuché en Madrid, en un acto de la Fundación Biodiversidad, y quiero recuperar en este blog lo que más me gustó de su discurso. No me refiero a su defensa insuperable de los bosques africanos, ni a la serenidad con la que fulminó a los transgénicos y a sus promotores, ni siquiera a la denuncia sobre los impactos del cambio climático.
Lo que más me interesó de Jane Goodall fueron los motivos que la llevan a continuar con su trabajo ecologista después de tantos años, y de tantas dificultades. No cabe duda que estamos en un momento singularmente difícil: los principales indicadores siguen mostrando la agudización de la crisis ambiental, frente a un reloj que se mueve imparable en una lucha que tiene en el tiempo a un adversario implacable. ¿Tiene sentido, entonces, seguir? ¿Hay algún espacio para el optimismo?
Hay esperanza, dijo, pero no en un escenario de continuidad con el modelo actual, sino de cambio progresivo hacia una nueva relación con nuestro entorno natural.
Los tres motivos de Goodall para la esperanza son: la inteligencia del ser humano, que puesta al servicio de ese cambio puede generar la tecnología necesaria y llevarnos a adoptar medidas para la preservación del entorno; la enorme capacidad de regeneración de la Naturaleza, que se manifiesta, por ejemplo, con la recuperación de los bosques destruidos; y la decisión, liderazgo y entrega que algunos humanos están dedicando a esta inmensa taréa de la preservación del entorno.
¡Ojalá tenga razón!
*Acción: *La destrucción de los bosques en Africa es la principal causa de desaparición de los grandes simios. Oponte a esta destrucción, y siempre que tengas que comprar madera busca que tenga la etiqueta FSC, que garantiza una gestión sostenible del bosque.
Extractos del discurso de Jane Goodall del 18 de septiembre del 2002 en beneficio del Fondo Cougar:
"Tengo una madre maravillosa que me apoya. Ella me anima a seguir mis sueños ridículos de ir a África y vivir con animales porque me enamoré de Tarzán... Todo el mundo se rió de mi pero ella me dijo ‘Si realmente quieres algo, trabaja duro, toma ventaja de las oportunidades y nunca te des por vencido. Encontrarás un camino’"
“Fuí lo suficientemente afortunada como para conocer al recientemente fallecido Louis Leakey, quien me dió esta increíble oportunidad de ir e investigar a los chimpancés salvajes, nuestros parientes más cercanos en el mundo animal... Aquel estudio empezó en los años sesenta y hasta ahora lleva 43 años”.
“Cuando regreso allá, veo algunos chimpancés que conocí en los años sesenta, y a un individuo, cuyo nombre es Fifi. Ella era un pequeño bebé cuando yo llegué en 1960 y ahora tiene cerca de 43 años. Ella es la matriarca de su comunidad y ha tenido una carrera reproductiva muy exitosa”.
“Cuando la miro a los ojos, pienso: “esta gran dama anciana, ésta es mi amiga chimpancé más antigua y ella y yo compartimos memorias que ningún otro ser en el mundo comparte porque no están más allí”. Y cuando la miro a los ojos, yo sé que estoy mirando a los ojos de un ser pensante y sensitivo. Pero nunca sabré qué siente ella por mi. Es siempre un misterio, siempre hay algo que aprender...”
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