No basta con reciclar. Ni con comprar alimentos biológicos. Ni con cambiar las bombillas o desconectar los enchufes... «Esos pasos son necesarios pero insuficientes, porque lo que hay que cambiar realmente es nuestro modo de pensar. Todos nuestros actos tienen un impacto en el medio ambiente: negarlo es de ignorantes».
Estamos al habla con Daniel Goleman, el autor de Inteligencia emocional, que acaba de darle una nueva vuelta de tuerca al concepto con Inteligencia ecológica (Kairós), que llega el próximo lunes a las librerías españolas. A más de uno le sonará a «oportunismo verde», pero lo que propone Goleman es un concepto tan revolucionario como el que le hizo célebre en los años 90.
La revista Time acaba de destacar su nuevo libro entre las «10 ideas que están cambiando el mundo». La idea no es nueva. Hace cuatro años, el psiquiatra Ian McCallum publicó una obra del mismo título que fue un bestseller. «Nos cuesta admitir que somos parte de la gran diversidad de la naturaleza», advierte McCallum. «Nos hemos colocado ignorante y arrogantemente en el vértice de la creación, y va siendo hora de bajarnos de ese precario pedestal».
Daniel Goleman recoge ahora el testigo y entra a trapo en la cuestión de nuestra «ignorancia ecológica». «El problema tiene su raíz en la desconexión profunda entre el hombre y la naturaleza que se produce con la revolución industrial», declara el autor desde su retiro bucólico en Massachusetts.
«Mientras la gente vivía en las granjas y en contacto con la tierra, existía una memoria ecológica que pasaba de generación en generación», agrega Goleman. «Con la inmigración masiva a las ciudades ese conocimiento se perdió, y también el contacto directo con los ciclos de la naturaleza. Hemos levantado una barrera que nos aísla del mundo natural y nos impide ver las consecuencias de nuestros actos».
Goleman se ha propuesto combatir esa «ignorancia» con la herramienta más básica: información. «Cuando la gente conozca el coste real de todo lo que consumimos, cambiará radicalmente de comportamiento», asegura. «Estamos a las puertas de una revolución ecológica que va a consistir ni más ni menos que en la divulgación de ese conocimiento que hasta ahora ha sido ocultado a la opinión pública».
Tarde o temprano, vaticina, «los productos tendrán un precio ecológico y las empresas rivalizarán por reducirlo para atraer al consumidor compasivo, aquel que ha decidido alinear sus valores con sus dólares». Le preguntamos si no existe el riesgo de caer en un nuevo «elitismo ecológico», con una minoría que tendrá acceso a esa información privilegiada a tavés de su iPhone y una mayoría que seguirá adquiriendo productos más dañinos para la salud y el medio ambiente porque son más baratos y no tienen otra opción.
«Yo creo que la revolución ecológica va a llegar a todos», dice Goleman. «Y me llena de esperanza ver en la Administración Obama a asesores como Cass Sunstein, que sostiene que no basta con que el Gobierno regule sino que en cuestiones como la salud y el medio ambiente hacen falta empujones para que la gente pueda elegir mejor».
En opinión de Goleman, la «inteligencia ecológica» puede ser también el «pegamento necesario» entre dos mundos que hasta ahora se daban la espalda: «Los ecologistas han de admitir su parte de culpa por no haber sido efectivos a la hora de embarcar a la empresas en la tarea común de un planeta mejor».
La otra gran asignatura pendiente es la educación, y Goleman prevé una revolución verde en las escuelas para cambiar radicalmente el modo en que los niños se aproximan a la ciencia: «Los chavales aprenderán a calibrar el impacto real de todas y cada una de sus elecciones personales. En eso consiste la inteligencia ecológica».
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