Vale, muy feo. Fingir un orgasmo es lo peor. Todos los manuales de urbanidad sexual coinciden. No hay que dejar de lado los aspectos comunicativos de la sexualidad, hay que aprender a decir las cosas, con mentiras no se va a ningún lado y bla, bla, bla. Sin embargo, a veces no te queda otra.
En alguna ocasión, muchos (al menos a mí no me duelen prendas en reconocerlo) nos hemos visto en la obligación de fingir y terminar de una vez con el tema. Porque sí, los chicos también fingimos. El imaginario colectivo y los chistes de Arévalo suelen pensar en el orgasmo fingido como una práctica exclusivamente femenina, cuando en realidad el preservativo permite más de una maniobra de distracción y engaño. Tres empujones más fuertes de lo normal, un par de gemidos y asunto concluido. Si además, por regla general, eres hombre parco en palabras y efusiones en momentos de éxtasis, rollo maniquí del Bershka, la cosa es aún más fácil. Con los movimientos pélvicos ya descritos, te basta y te sobra.
Aunque hay personas que se pasan toda la vida engañando a sus parejas, lo del orgasmo fingido suele darse, fundamentalmente, en los llamados rollos de una noche. O sea, el colofón digno a una noche de pasión y lujuria. De mierda. Con perdón. La película de los hechos suele seguir siempre el mismo guión.
Resumiendo mucho y saltándome los prolegómenos e interludios habituales en este tipo de circunstancias: A y B se conocen en un bar, discoteca o antro. A y B empiezan a hablar y descubren encantados que ambos coinciden que 'Tesis' era un rollo y que Blas y las Astrales son fenomenales. A quiere tirarse a B pero tiene miedo de ir muy a saco. B quiere tirarse a A pero teme que si se lo dice la tome por lo que no es. Si en todo el proceso interviene la ingesta de drogas y euforizantes de cualquier categoría (blandas, legales, de importación, da lo mismo), es posible que A y B se atrevan a dar el paso y por fin opten por dar rienda suelta a sus instintos primarios ya sea en casa de A o B (me encanta el optimismo inmobiliario).
El momento más esperado de la noche llega, por fin. Sin embargo... algo empieza a no funcionar. Es cuando una especie de clic cósmico suena en las cabezas de A o B (a veces al unísono) y sin llegar a los extremos de catástrofe bíblica de 'Se nos rompió el amor' de Rocío Jurado, A o B se preguntan: "¿Qué hace semejante ser en mi cama?". Si la vida fuera una película francesa los protagonistas de la historia dejarían de lado toda actividad sexual y hablarían del asunto con naturalidad y calma. Sin embargo, en la vida real lo más normal es que A no se entere de nada y B se encomiende a su divinidad favorita para que el tiparraco acabe cuanto antes. ¿Manera de conseguirlo? Deshacerse en ays y uys, combinados con alguna expresión propia del lenguaje cuartelero, para precipitar el orgasmo de su contrincante. También puede ocurrir que A sufra un agobio de tres pares de narices y opte por la solución apuntada en el primer párrafo del post o se deshaga en excusas del tipo "es la primera vez que me pasa". De todas maneras, ese es otro tema...
La cuestión de fondo del orgasmo fingido es la excesiva importancia que le damos al sexo y las grandes expectativas que solemos depositar en él. Ya, tiene bemoles que lo diga alguien como yo, pero es así. En muchas ocasiones pensamos en el sexo como un examen o una demostración de nuestras virtudes y habilidades y en tales circunstancias no es de extrañar que suframos bloqueos e inseguridades que arruinen la fiesta. Además, también hay que tener en cuenta que la precipitación y el dejarse llevar por un calentón posee un componente de riesgo muy elevado y es natural que a veces nos salga el tiro por la culata. Aunque, bueno, luego te ríes un rato cuando se lo cuentas a algún amigo...
24 de septiembre de 2008, Josep Tomás.
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