viernes, 10 de julio de 2009

"El sitio de mi recreo". -Canciones contadas y cantadas 13-

El Madrid de Antonio Vega
Retomo mi habitual sección de canciones contadas y cantadas con esta bellísima canción de un tipo que nos dejó hace unas semanas. Dicen que el día siguiente después de fallecer, los acordes de la Chica de ayer cerraron las puertas de El Penta. Pero la de ayer no era una noche más. El alma de Antonio Vega pululó por las paredes de ese rincón madrileño que inmortalizó aquellos extraños días en los que, convertido en soldado a la fuerza, vomitaba versos sentado frente al mar, en la playa de Valencia.
La calle de la Palma está de luto. Jóvenes y nostálgicos se despedían de ese chico triste y solitario que llegó al mundo de la música tras pasar por la escuela de Arquitectura, la facultad de Sociología y la escuela de Pilotos, tres intentos nulos de dirigir su vida hacia una existencia convencional que nada tenía que ver con su futuro. Madrid también está de luto. Antonio Vega convirtió la música en su centro de gravedad y con él la Movida ganó un compositor atípico, venerado y con un carisma natural que nunca fue capaz de aceptar. Tímido y bohemio, la voz y el rostro de Nacha Pop, nació en el seno de una familia acomodada de Madrid el 16 de diciembre de 1957. Hijo de un traumatólogo y el mediano de siete hermanos se educó en el Liceo Francés, entre la futura élite de la capital, pero él no estaba dispuesto a dejarse dominar por la normalidad. Así que se erigió como el líder de una banda memorable que surgió como telonera de Siouxsie and The Banshees en el Teatro Barceló en 1979 y de Los Ramones en su concierto de 1980 en Vistalegre, cuya apoteosis se gestó el 19 y el 20 de octubre del 88 con dos conciertos en la Discoteca Jácara de Madrid.
Fueron tiempos de excesos, libertad y cambio. También fueron tiempos de desinformación y pérdida. Muchos amigos se quedaron en el camino y los que no lo hicieron podían toparse con el Vega apoyado en la barra de La Vía Láctea y El Penta en Malasaña, en un concierto en El Sol, incluso en aquellas actuaciones del Marquee, el garito que más tarde fue rebautizado como Rockola y que, para desgracia de muchos, pasó a formar parte de la Historia de la Música. Igual que él.
Nacha Pop se fue, pero Antonio no podía vivir sin música. Flirteó en solitario a los 40. El óxido del tiempo perfiló su rostro enjuto y remarcó esa mirada huidiza y taciturna que reflejaba décadas de sufrimiento, tormentas personales, historias turbulentas, pasiones y excesos.
En 1991 publicó No me iré mañana, su primer trabajo en solitario, continuó impar hasta 2005, en esta década editó cinco discos y tres recopilatorios. Su Madrid varió. Él confesaba que añoraba aquellos años de excesos, que se le ponía la piel de gallina cuando escuchaba los acordes de antaño, pero aquel Madrid, 20 años después, ya había muerto. Poco a poco, los incondicionales de Vega cambiaron el Rockola por Galileo, Clamores y El Sol, una de las pocas salas que ha sobrevivido a la Movida. La cita con este poeta de la música era (casi) mensual.
Antonio Vega vivió al límite, pero no se quería morir. ¡Qué paradoja! Hace una semana lo ingresaron por una neumonía y descubrieron que un cáncer de pulmón galopante se lo estaba comiendo. Lo supo desde el primer momento. Una sentencia de muerte inmediata que no podía aceptar. Llorando le confesó a su familia: «No me quiero morir».

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