jueves, 20 de septiembre de 2007

Elegía

De repente cae en mis manos este magnífico poema gracias a Joan Manuel Serrat en su disco Palabras hechas canciones. De El rayo que no cesa (1936), la expresión de la infinita rebelión del poeta Miguel Hernández contra la muerte de su amigo Ramón Sijé (de verdadero nombre José Marín Gutiérrez, compañero de tertulias literarias en Orihuela). Recuerdo épocas de colegio e instituto cuando tenía que analizar este poema. Entonces es posible que ni tan siquiera tuviera la suficiente madurez para valorarlo. Ahora lo escucho y me conmueve. Admirable el sentimiento, la pasión y dolor que brotan de las palabras de Miguel Hernández. "... que por doler me duele hasta el aliento/Un manotazo duro, un golpe helado/un hachazo invisible y homicida/un empujón brutal te ha derribado..." "... y siento más tu muerte que mi vida..." (En Orihuela, su pueblo y el mío/se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé/a quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tiera que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos de mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas.
Daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerta enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedientas de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentalladas secas y calientes.
Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón sea terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
de almendro de nata te requiero
que tenemos que hablar de muchas cosas
compañero del alma, compañero.

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