
En el siglo XV, en la ciudad de Salamanca existieron grandes rivalidades entre las distintas familias nobles que habitaban la ciudad y que la dividieron en dos bandos: el de San Benito y el de Santo Tomé. En la propia plaza todavía se conserva parte de la casa de doña María la Brava, propiedad en su momento de María de Monroy, cabeza de uno de los bandos en los que se dividió a la ciudad.
No sólo existía esta casa en la propia plaza, debajo de ella todavía quedan los restos de la antigua Iglesia románica de Santo Tomé (de hecho la plaza se llamaba de Santo Tomé antes de ser la actual Plaza de los Bandos), si bien con la Desamortización de Mendizábal en 1837 se pudo hacer plaza el solar y obtener lo que actualmente conocemos.

Pero impresentables los ha habido siempre y en Salamanca hay uno al que todo esto le da igual. Este tipo un día tuvo una ocurrencia y no parará hasta consumarla. Este tipo quiere arrasar con la historia, la tradición y la belleza de este lugar con un proyecto mal pensado, innecesario, dañino y no querido por una parte importante de los salmantinos y salmantinas, es decir, quienes todos los días vemos, admiramos y paseamos por esta bonita y coqueta plaza.
Quiero demasiado a esta ciudad como para no sentir pena porque un insensato destruya a sus anchas sin que podamos pararle los pies. No se trata de política, se trata de respetar lo que se quiere. Porque se puede crecer y progresar con respeto, pero de un tipo que no respeta nada más que sus intereses qué podemos esperar.
Si esta aberración se lleva finalmente a cabo, si se destruye una de las plazas más emblemáticas y significadas de la ciudad para construir un aparcamiento subterráneo que sólo contribuirá a atraer el tráfico hacia esa zona, obviando todas las normas de desarrollo de ciudades sostenibles, una cosa quedará clara: Perdemos Todos. Y eso, amigos míos, sí que es una mala noticia.
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