Estando a esas horas intempestivas de la noche en una discoteca cualquiera, el sábado pasado perdí la cartera. Allí en la pista estaba la pobre cartera pisoteada en el furor de la noche. Sin embargo un chico la encontró y no paró hasta dar con su descuidado dueño. Actos así son de agradecer. Me devolvió unos cuantos euros, unas fotos con gran valor sentimental, unos carnets que no me hubiera gustado que estuvieran polulando por ahí, por no hablar del quebradero de cabeza que suponen las tarjetas de crédito...
Ayer, después del macrobotellón acontecido en "Casa Duque", volví a repetir tan osado gesto de dejar caer, esta vez, ese pequeño papelito que acredita que pones a salvo tu chaqueta de cacos y maleantes. Sin embargo, otra vez, un buen hombre me indicó amablemente que se me había caído dicho papelito. "¿Cuánto vale tu chaqueta, 50€? ¡Pues eso me debes!" Puestos a deber, sería un pellizquito más... Y resulta tan sencillo pensar lo fácil que hubiera sido acudir con el papelito para recoger mi chaqueta e irse a otro bar...
Pero como las noches suelen dar mucho de sí, esta vez en ese furor de la noche fui yo quién topé en la pista de baile con un móvil de última generación, una de esas llamadas HTC de alta gama. Era golosa esa HTC. Pero siguiendo la tónica reciente de actuaciones solidarias creí oportuno devolvérsela a su dueño. Pregunté sutilmente por mis alrededores hasta encontrar a dicho individuo, que aunque estaba en otros menesteres, estoy seguro que ya hoy con la mente lúcida me lo agradecerá eternamente.
Es lo que tiene la noche, algunas veces denostada y peligrosa y otras muchas agradecida y divertida. Y donde aprendes que las malas compañías no son tan malas, y donde degustas ese maravilloso sabor de los besos, el alcohol, la resaca, el humo y la ceniza... y lo que queda después de los besos, el alcohol, la resaca, el humo y la ceniza. Bienvenidos al teatro de la vida.
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