miércoles, 26 de marzo de 2008

El 7 de España

Desde Mi Tribuna
A Luis Aragonés, seleccionador de España, repito seleccionador además de entrenador, le tienen contra las cuerdas por no dar su brazo a torcer en el "affaire Raúl". Luis ha tenido varias meteduras de pata en asuntos diversos, pero el estado de inestabilidad que tiene la selección nacional viene única y exclusivamente por haberse atrevido a defenestrar a Raúl, un gigante mediático de la capital.


Es más que posible que Luis le haya puesto la cruz al siete madridista por un buen número de razones , pero lo que es indudable es que una de ellas -y no la menor- es que Raúl, simple y llanamente, no le gusta como futbolista. Y está en su derecho. A mi tampoco. A Luis Aragonés se le paga por "seleccionar". Y no selecciona a Raúl. Punto. Jamás en la historia reciente de la selección española se ha linchado con tal virulencia a un seleccionador por no llevar a un determinado jugador. Me recuerda a la época de Javier Clemente cuando se atrevió a no seleccionar a los miembros de la famosa Quinta del Buitre y resulta que logró conjuntar uno de los mejores equipos de la historia reciente de España. Lo cierto es que Aragonés prefiere a Fernando Torres, David Villa o Raúl Tamudo antes que a Raúl. Incluso veremos que pasa con la nueva perla que comienza a pedir paso, Bojan.


La Selección necesita calma, estabilidad y fortuna para hacer, de una vez por todas, un buen papel en la próxima Eurocopa. Y el dabate del 7 para lograr esa estabilidad debe estar cerrado. Raúl es pasado, Villa es presente y, por qué no, Bojan puede ser, ojálá, el mejor futuro.

viernes, 14 de marzo de 2008

Descuido fatídico



13/03/2008

Unos 15 años he tenido a mis dos tortugas, es decir, casi la mitad de vida. Y hoy la pena que tengo es demasiado grande después de no haber sabido estar a la altura y descuidarlas. Cuando me acerqué a verlas estaban secas, disecadas. Un descuido fatídico e imperdonable. Es probable que llevaran unos días sin agua y mis dos amigas han muerto por mi culpa. Eran dos seres sometidos a mí, y su dueño no ha sabido estar a la altura. Lo siento por vosotras de verdad, y aunque no os sirva de consuelo, el pesar que tengo en mí es profundo. La experiencia me servirá para el futuro, pero vosotras ya no estáis y lo que ha sucedido no lo olvidaré nunca.

Lo siento de verdad, es lo único que os puedo decir en la distancia, y desearos una feliz vida allí donde os encontréis.

jueves, 6 de marzo de 2008

Renuncia a la Animalidad

Por lo que conocemos hasta la fecha de la destrucción sabemos que podemos -debidamente identificadas como especie inteligente-, aniquilar todo. Excepto las bacterias que -hasta la fecha-, resisten cuanto les echemos, que es de todo. Por lo que sabemos, pasito a pasito quizás llegará un dia en que el ser humano adquiera la tecnología ( capacidad ya posee ), de destrucción total y con ello la probabilidad de someter al universo a sus caprichos e intenciones. Llegará un día quizás que -por lo que sabemos-, el ser humano demuestre al ser humano que dios solamente era una excusa de tiempos falsos donde la vergüenza propia nos impedía ir más allá, una humildad postiza para disimular la verdadera idea generatriz de nuestra ambición y nuestra desfachatez ilimitada: la deidad humana.
Alá, Xiva, Shankar, Lucifer, Baghwan, Yahvé, Rama, Jesucristo, Dios, Yemanja, Kali, Hanuman, Khrisna, Buda, Exo, Lanca, Xango, Siwa, Oxun, Sita, Mahoma..., diosas y profetas de todo tiempo y cultura dejarán de ser útiles al nuevo ser humano, aprendido a dominar por la fuerza y modificar y pudrir su entorno al antojo que la apetencia le dicte en cada momento. Todo ello está condicionado naturalmente a si hemos sobrevivido a nosotras y a nuestro punto de vista sobre la sostenibilidad, condicionado a si logramos alcanzar esa honestidad terrible antes de que sea imposible vivir en este planeta y a si hayamos o no logrado la manera de conocer, invadir, conquistar y aniquilar otros cuerpos celestes.
Mientras tanto, y para que esa era llegue, hemos decidido no ser animales. Hemos decidido construir la civilización en base al antropocentrismo, al dogma naturalmente compartido por la mayoria de individuas de nuestra especie -por las ventajas innúmeras que ello conlleva-, de que somos la mejor especie, la destinada a rentabilizar y someter cuanto nuestra inteligencia alcanza. Hemos decidido no ser animales, emparejarnos para siempre aunque estemos hartas de la otra persona, hemos decidido ser moderadamente racionales y desperdiciar nuestras vidas en una fábrica, un taller, un despacho, a cambio de ciertas estupideces a las que hemos sido educadas como consideradas imprescindibles, hemos decidido reproducirnos por presión social más que por instinto, hemos decidido no oler más que a la esencia química favorita renunciando a nuestro olor personal, hemos optado por ocultar minuciosamente nuestros sentimientos y a frustrarnos por ello, a nadar con bañador poque sentimos vergüenza de tener sexo, a odiar por amor a las banderas, a reglar nuestras vidas con la comparativa de otras, hemos elegido ser sordas, mudas, ciegas y anósmicas a nuestros instintos más profundos, hemos decidido ser cobardes en lugar de precavidas. Hemos decidido no ser animales y ser humanas, entendiendo en ello una nueva categoría biológica añadida a la vegetal, la animal y la mineral. Hemos decidido aspirar a ser divinas y decretar un estado de excepción en desfavor del resto de las especies, a las que consideramos ajenas a todo concepto de derecho, pero a las que subyugamos a todos los deberes que seamos capaces de otorgarles.
Qué duda cabe que somos animales excepcionales, y no sólo porque hayamos creado la bomba atómica, el nazismo, la doctrina de la maldad, las iglesias o los reality-shows, no sólo, aunque invariablemente eso a las antropocentristas se les olvida mencionarlo en sus apologías de sí mismas; somos una especie curiosa porque también practicamos altruismo entre miembros de otras tribus hayamos o no contactado con ellas, y trabajamos el equilibrio con nuestro entorno, y escribimos poemas y nos preocupamos por descifrar ciertos códigos que la naturaleza celosamente guarda para su funcionamiento o su caos, y de los cuales depende que toda vida sea hermosa, que al universo le datemos quince mil millones de años o que los cardos borriqueros sean la primera flor de la primavera, por ejemplos.
Curiosa, excepcional, interesante, compleja,... tales son los calificativos con los que podriamos catalogar a nuestra especie, pero a ninguna mortal dotada de un cacumen útil se le ocurriria añadir a esta lista el adjetivo de “superior”. No superaremos en su calidad y belleza de vuelo a la garza, ni en velocidad y elegancia a la natación de la foca o en orfebrería orgánica al hipocampo, en resistencia a las plantas, en capacidad de adaptación a las cucarachas y las ratas ni en minimización de necesidades a las garrapatas, capaces de aguardar años en una hoja, sin alimento. Si acaso demostramos algún tipo de superioridad es la de mentir, asesinar, violar, aplastar y desertizar cuanto a nuestro alcance se ponga, sea del reino que sea. En estos menesteres sí somos, con creces, superiores.
Pero la civilización, según nos hemos propuesto y en la calidad de la cual presumimos, no está sustradada en esas caracteristicas, porque existe un concepto que el resto de los animales quizás no tienen porque quizás no lo necesitan: la ética. Escribo mucho sobre ella alarmada por las carencias escandalosas que nuestra especie exhibe desde hace algunos millones de años; ética que no hay que confundir con moral, porque la moral, en ámbitos interpretativos humanos, suele ser como mínimo melliza, y contiene otra moral opuesta capaz de negar lo que la una postula. Baste como ejemplo glorioso la Biblia, un libro que recomienda “matad” con la misma naturalidad con que ordena “dad vida”.
Hay quien confunde antropocentrismo con humanismo. Antropocentrista es aquella persona que entiende que en el mundo pueden quizás haber demasiados árboles, demasiadas selvas vírgenes, demasiadas especies animales o demasiadas individuas de alguna de ellas, pero nunca advierte que puedan haber demasiada gente, demasiados animales humanos. Humanista es aquella que, sin dejar de valorar la especie humana, somete a juício cada una de sus acciones y, en lugar de aceptar las que nos infradotan, trabaja para eliminarlas. Ello no quiere decir que defender a capa y espada la igualdad animal implique despreciar nuestra especie -aunque motivos para ello haya de sobras-, sino sólo avistar en ella uno de los factores que la salven del abismo de la involución, en el que tanto coqueteamos caer y tan fácil es hacerlo dadas las constantes incursiones que en él se hacen.
Si podemos comprar café de comercio justo y no lo hacemos estamos anteponiendo nuestro “derecho” al lujo a la libertad de las esclavas que recogen el convencional y a las transnacionales que se lucran con sueldos míseros y servidumbre. Si nos comemos un animal entero o en porciones sabiendo que no hacerlo sólo nos veta el placer de su sabor ( pues se puede perfectamente vivir con dieta vegetariana o vegana ), anteponiendo nuestro “derecho” a matar y disfrutar con ello por encima de la vida arrebatada, somos culpables. Si aceptamos el bajo coste de los productos transgénicos que colapsan las estanterias de los supermercados como una excusa suficiente para alterar los biociclos naturales, deforestar selvas, desertizar ecosistemas, alterar los climas y legarles a las niñas de hoy una más contaminada tierra, entonces somos tan tremendamente ciegas como culpables.
La culpa de nuestra pereza no es aquella misma con la que tanto las iglesias nos bombardean y tanto el ateismo descree. Somos culpables, sin embargo, aunque disimulemos y nos confiemos a la multitud y sus inercias. La culpa que a veces no tenemos de aquello que se nos increpa, pero sí de aquello que, como una rutina llevamos a cabo diariamente. Comer cadáveres, tomar café -con leche y sin ella-, fumar,... actitudes tan sencillas contienen odio, desprecio, esclavitud, matanzas: humanidad. Una suerte de estratificación o de jerarquización de los órdenes de importancia que somete seres, voluntades y sentimientos, o los asesina en el nombre de los excesos, del hedonismo, de una abrumadora sensación de valoración personal y ausencia flagrante de humildad.
Los animales no humanos forman poblaciones, colonias, grupos, todo lo más parejas reproductoras. En cambio cada ser humano es individual, sagrado, tiene un nombre propio, un número y una longitud de cadena concreta ( dependerá de cada una )..., pero eso es sólo un punto de vista, apenas nuestra denominación de las cosas, nuestras ínfulas de vanagloria con las que nos acreditamos ante una abstracta autoridad competente, la realidad es otra. Implacablemente otra.
La realidad es que somos animales bípedos estrechamente emparentados con los monos, llevar corbata, apestar a desodorante, cortarnos el pelo y las uñas o eructar con disimulo no nos convierte en civilizados más que ante nuestros propios ojos, tan pagados de si mismos. La realidad es que no podemos y no sabemos vivir alejados de la naturaleza y que los más intensos placeres son los que ella nos depara, prueba de esto es que los practicamos en cuanto se nos presenta la oportunidad, y aunque nos avergüenze reconocerlo, disfrutamos enormemente. Muchos son los idiomas en los que la tierra llama.
Y si somos animales, y si somos animales éticos, es preciso practicar ambas características, ambos espectros, equilibrándolos cuando una amenace solapar a la otra, como la razón y la emoción se deben a la armonía, so pena de traicionarnos y traicionar a la comunidad, y a la evolución si incumplimos esos preceptos antiguos como nuestra historia, necesarios como cada vida.

Un humanista

domingo, 2 de marzo de 2008

Contigo. Canciones contadas y cantadas -7-

¿Y qué decir de esta propuesta de amor anticonvencional? Decía Sabina que " siempre me decían que no era capaz de hacer una canción de amor desde el corazón. Y ésta se ha convertido en lo que los cursis llaman un himno, imposible dejar de cantarla". Una de esas canciones que siempre están y que voy tarareando cuando camino por la calle.